Que el mejor Rey que haya tenido España se exilie no es fruto de la casualidad, ni de las malas compañías, ni de sus negocios fuera o dentro de España, ni de su afición a la caza mayor, ni de sus devaneos. Todo eso era conocido desde hace mucho y, durante años, España se lo había perdonado. Desde Colón de Carvajal hasta Corina Larsen, pasando por los regalos de las casa reales de muchos países árabes (el primer Fortuna, los Ferraris, La Mareta y un largo etcétera), todo había sido aceptado por el país que biengobernó durante cuatro décadas.
Pero aquella España que elegía a Don Juan Carlos para irse de cañas, a distancia de cualquier otro candidato, ha cambiado mucho en estos últimos diez o quince años.
Hoy, los terroristas de ETA se pasean entre vítores por las calles del País Vasco, se sientan en las instituciones y prestan su apoyo parlamentario a la coalición de gobierno, PSOE-PODEMOS, que lo acepta sin reparos.
Hoy, muchos escaños de los parlamentos están ocupados por delincuentes condenados por la Justicia, esa misma Justicia que ha sido convertida en instrumento de persecución política.
Hoy, un presidente de Gobierno lo es a pesar de haber falseado su tesis doctoral, de haber mentido en sede parlamentaria y fuera de ella, de haber logrado los más penosos récords ante la pandemia del COVID-19, y lo es tras ganar una moción de censura que permitió descabalgar a un gran presidente de gobierno, cuyo partido había sido condenado como responsable civil por la percepción de comisiones por importe de unos miles de euros.
Hoy, un vicepresidente del gobierno, Iglesias, lo es tras haber aceptado donaciones para su partido de varios de los regímenes más corruptos del mundo, lo es habiendo colocado a sus diversas en cargos públicos, incluso en un ministerio.
Esta España ya no es la que fue. Aquella España habría votado mayoritariamente un referendum de amnistía a favor de Don Juan Carlos en agradecimiento por los altísimos servicios prestados frente al golpe del 23-F, por su digna representación de nuestra nación ante el mundo a lo largo de cuarenta años (¡ay, qué cifra!) , por su gallarda defensa de nuestros intereses, por aquel "por qué no te callas" que, en defensa de un presidente de gobierno que no la merecía, lanzó al gorila rojo venezolano.
Y es que hoy, en España, gobiernan los pupilos de aquel gorila rojo llamado Chávez, mandan quienes prefieren irse de cañas, y de otras cosas, con Maduro antes que con Don Juan Carlos.
Hoy, esta España es la que se cisca en el Dios cristiano y compadece al yihadista, la que aborrece el toreo por cruel (y por español, qué coño) pero asiste impávida al degollamiento público de corderos.
Hoy, esta España es la que protege al okupa frente al propietario, la que tiene las fronteras más porosas del mundo, la que aplaude a todo tipo de estafadores, cantantes, músicos, cocineros, cómicos y comediantes, siempre que sean viles y que odien e insulten a Dios y a España.
Esta es la España de la que se exilia Don Juan Carlos. Su exilio, que no les engañen, no es voluntario ni casual. Es el penúltimo paso de la operación de destrucción de la Corona, de la Constitución y de aquella España que fue y que ya casi no es.
Don Felipe tiene los días contados pero no tanto porque él mismo haya de tomar forzado el camino del exilio sino porque ya no quedará ni rastro de aquella España que coronó a su padre y que a él mismo lo hizo Rey.
España, ¡Viva el Rey!
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