Nueva adaptación de uno de los superhéroes de la factoría DC, secuela de Aquaman, que recupera a la mayoría de los personajes de la primera película y presenta un espectáculo divertido pero casi vacío.
El género de los superhéroes no pasa por un buen momento, y si alguien no lo cree, que pregunte a los contables de Disney-Marvel, que están viendo cómo sus películas no recaudan lo que esperaban y sufren de unas críticas muy duras, muchas veces justificadas (algunos parecen no saber vivir sin cumplir a rajatabla con la cultura “woke”). Por eso DC hace tiempo abandonó el tono oscuro y serio de Superman o Batman para ofrecer uno mucho más alegre y cómico en plan Marvel. La cosa más o menos funciona, pero seamos sinceros: para ser cómicos como la competencia ya existe… la competencia, y la gente suele preferir los originales, y si el original no convence, directamente optar por alternativas o no comprar nada.
Aquaman y el reino perdido es la perfecta demostración de lo mucho que se busca abandonar el terreno de la seriedad y tirar por el humor, dosificar el drama hasta hacerlo casi desaparecer y llenar la pantalla hasta arriba de efectos digitales, aunque ello implique que algunas veces canten demasiado. Pero en fin, vamos al lío: James Wan vuelve a ponerse tras las cámaras (le encanta el terror, pero a veces sabe salirse de ese camino) para dirigir casi al mismo reparto encabezado por Jason Momoa, Patrick Wilson y esta vez mucho menos a Amber Heard, seguramente por el resultado de la sentencia desfavorable en su juicio contra el piratesco Johnny Depp. La historia es más sencilla que una ecuación de primer grado: el malo malísimo de la primera entrega quiere venganza contra el bueno (no buenísimo, ya dejaron bien claro que a Aquaman le gusta más la fiesta que ser rey) ahora marido y padre, así que se aliará con un ser ancestral para vencer a nuestro superhéroe y destruir todo lo que ama. Aquaman buscará entonces la ayuda de su hermano encarcelado. Deberán dejar de lado sus diferencias para tener éxito. Fin, chimpún, si se me permite la expresión. ¿Sorpresas? Que haya una divertida referencia a uno de los mejores personajes que ha tenido Marvel y hasta paralelismos con Black Panther, hasta aquí los “spoilers”.
Vale, sí, el espectáculo a veces es muy entretenido y la fotografía es llamativa, pero es todo tan superficial que sorprende tanta ligereza, incluyendo el mensaje ecologista que, si no fuera tan insistente, sería aceptable, pero acaba agotando. En todo caso no hay que negar que hay valores positivos como la unión familiar, la importancia de tener padre y madre para criar hijos, el poder de la reconciliación y la insistencia en que el odio y el rencor solo te destruyen y hacen daño a los que te rodean.
No hay que buscar mucho más porque no lo hay. Solo 140 minutos entretenidos, eso sí, con un Jason Momoa y un Patrick Wilson a los que se ve muy cómodos en su papel y que parece que se lo han pasado pipa rodando. Algo es algo.
Miguel Soria
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