“No me saques fotos llorando… o sí, qué más da. Que la gente vea que los hombres también se emocionan con la música”, nos dice Enrique en una pausa del concierto. Pocos lugares infunden más respeto que la planta de oncología de un hospital y aquí es donde Enrique le va ganando días a la vida.
La de Enrique no ha sido una vida sencilla. Desde 2008 vive un calvario que no da tregua. Varios linfomas han golpeado su cuerpo y también la vida de su mujer, Carmen. Llevan 20 años casados y en los últimos 14 el hospital ha sido su segunda casa: “Es muy duro, no se lo deseo a nadie, pero aquí sigo luchando contra él. No sé cuántas veces hemos estado ingresados, pero en esta ocasión ha sido porque la quimio le deja las defensas por los suelos”, nos dice ella.
Un clarinete en oncología
De fondo suena un clarinete, es jazz, la mítica Misty. El que sopla con fuerza se llama Luis, cierra los ojos y se balancea una y otra vez. Lo vive. Como si actuase en el Teatro Real de Madrid. Pero no, su público es otro: varios enfermos de cáncer y sus familiares. Ahí es donde está Enrique: “La música me reblandece, me hace recordar toda mi vida, mis viajes, mi juventud, el heavy que era cuando aún tenía el pelo largo. Yo siempre he llevado la melena hasta debajo del hombro”. Impresiona ver a un hombre tan grande llorar como un niño. “Siempre fue muy alto y fuerte. Y eso que ahora lo ves bastante tocado por la enfermedad… Además, está muy sensible”, dice Carmen.
Marcos, músico de hospital: “Tocamos por agradecimiento, para poner nuestro talento al servicio de los demás”
El cuatro venezolano de Marcos interrumpe la conversación. Suena increíble, parece imposible hacer eso con solo cuatro cuerdas. Sus manos se mueven rápido, rasga con las uñas, repica con los nudillos, puntea con las yemas. Todo mirando al frente. Son dos o tres minutos, pero consigue captar la atención del público y de repente finaliza con un “tracatrá”. Todos los enfermos le aplauden. Y es que, según nos cuentan, durante la media hora que dura el concierto se olvidan de todo: del ingreso en el hospital, de la quimio, de los análisis, de las vías distribuidas por el cuerpo y hasta de la muerte.
“Lo que acabamos de escuchar es un pajarillo, muy típico de Venezuela, mi país. Es algo alegre, improvisado, que brota del alma”, asegura Marcos. Luego recogen sus bártulos y entre “muchas gracias” abandonan la planta de Oncología. Es el Hospital Puerta de Hierro, de Majadahonda, uno de los centros en los que actúa Música en Vena, una asociación que tiene como objetivo acercar este arte a todos los enfermos.
“Los beneficios de la música en los hospitales están demostrados. Pero bastaría solo con mirar a los ojos de los pacientes: consiguen evadirse, recordar momentos de su infancia y de su pasado… La música les recuerda que la vida merece la pena”, dice Javier Hernán, supervisor de Oncología. Además, aprovecha para lanzar un llamamiento a las instituciones “para que la musicoterapia se incluya oficialmente como una terapia más con los pacientes. Varios estudios confirman que las constantes vitales mejoran al escuchar música, sobre todo en los neonatos”, sentencia el enfermero.
Marcos y Luis cargan con sus instrumentos y recorren los pasillos del hospital. Los dos huyeron de Venezuela hace unos años: “Yo era periodista y trabajaba en un periódico crítico con el Gobierno. Mi última hija nació con una cardiopatía grave y necesitaba una operación de urgencia. La llevé al hospital, pero cuando vieron que yo era su padre, se negaron a operarla y murió. Dije basta. Cogí un avión con mi familia y vinimos a España”, relata Marcos. Le preguntamos por qué toca en el hospital y él lo tiene claro: “Estamos muy acostumbrados a pedir y muy poco a dar las gracias. Yo me veo en la obligación de agradecer la vida, la música, mi familia, todo lo que Dios me regala. Tocar aquí significa poner mis talentos en juego, al servicio de los demás”.
Javier, supervisor de Oncología: “La música les recuerda que la vida merece la pena”
Otro día ganado
Siguiente parada: planta de diálisis. Aquí el tiempo se detiene, los minutos se hacen eternos. Los pacientes están conectados a una máquina durante cuatro horas varias veces por semana. Cada uno en su cama, sin apenas moverse; su vida depende de esta cita ineludible.
Luis y Marcos tocan a la par, los pacientes que pueden dan palmas, y los que no, mueven las piernas. Suena el cumpleaños feliz. Todos miran a Ana, una de las enfermeras. Si solo te enseñasen sus caras no creerías que están en un hospital. Se les ve felices, la música les conecta con el exterior, les hace sentirse libres. “Ver cómo sonríen o a los enfermeros bailar es algo difícil de explicar con palabras. Sientes que tu música les llena, que tu clarinete es un regalo para ellos”, confiesa Luis, también emocionado.
Y después de otra sonora ovación, los músicos se despiden cruzando de nuevo el pasillo de Oncología. Allí siguen Carmen y Enrique. Nos piden que les saquemos una foto de recuerdo. Se sienta sobre las piernas de su marido y él sonríe con el dedo pulgar en alto. “Muchas gracias por la música, me ha emocionado de verdad”. Ya es otro día ganado.
Artículo publicado en la edición número 64 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
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