La situación tan crítica que estamos viviendo por el alto índice de contagios por el coronavirus está haciendo que muchas familias no estén llevando a sus hijos al colegio. ¡Y no me extraña con la que está cayendo! Lo cierto es que la bajada de alumnos se está notando en las aulas.
Esta mañana entré en una clase y apenas había diez niños. Acostumbrado a tener veinticinco, pronto me di cuenta de la fluidez con la que se hacían las cosas. Desde colgar el chaquetón y prepararse para empezar hasta ponerse en fila para salir al patio. Todo se hacía más rápido.
Como había menos niños, todos pudieron hablar más en la clase de inglés. Y cuando nos tocó hacer grafomotricidad, pude hacer la ficha con toda la clase a la vez. Daba tiempo a todo: enseñar al que no sabía la direccionalidad del trazo, corregir la posición postural del encorvado, revisar la prensión del que cogía el lápiz con cuatro dedos… Algo impensable de hacer si tienes a los veinticinco realizando la actividad al mismo tiempo.
En el recreo también se notó que había menos niños. Pues tenían más espacio para correr y jugar y menos compañeros para tropezarte o pelear. Después fuimos al aula de psicomotricidad. ¡Eso sí que fue una pasada! Como eran tan pocos, pudieron utilizar varias veces la escalera de braquiación; y jugar con ritmos; y hacer juegos de orientación espacial… Al ser tan pocos, era mucho más fácil recuperar el control para cambiar de actividad. Así pasábamos de una cosa a otra rápidamente. Conseguimos un tiempo útil de actividad física de casi el cien por cien. Aquello fue un no parar.
Todo iba tan bien que llegó un momento en que pensé por qué no podíamos tener siempre ese número ideal de alumnos en las clases. En aquel momento no estaba pensando en jauja, sino en Finlandia. Pues en el país finés donde presumen de tener los mejores resultados académicos en los informes PISA, apenas hay 15 alumnos en cada aula. Resulta evidente que cuando el número de niños en la clase es menor, el docente tiene más tiempo para poner en práctica una educación más dinámica, más intensa y mucho más personalizada. Con veinticinco aquí intentamos hacer lo mismo, pero seamos realistas: ¡No puede ser lo mismo!
Esta reflexión podría venir muy bien ahora que está en la calle el debate sobre el futuro de la escuela concertada. Y es que con la nueva ley de educación se pretende ir cerrando líneas de la concertada atendiendo a la baja natalidad que tenemos en España. Y digo yo: ¿no se podría aprovechar que nacen menos niños para bajar la ratio en las aulas?
En fin. Yo, para intentar sacarle algo positivo a esta crisis sanitaria, voy a disfrutar de mi colegio en estos días, pues aunque no sea Finlandia, hoy por hoy lo parece. Y ojalá lo siga pareciendo con el tiempo, al menos, en el número de alumnos por aula.
Juan Andrés Caballero Gil es profesor de Educación Infantil en el Colegio Madre de Dios y de Didáctica de la ERE en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Asidonense (ISCRA).
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