Decía Paulo Freire  que "los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo".

Así ha sucedido con una alumna del Curso DECA  que imparto actualmente.  Además de disfrutar con sus trabajos e intervenciones, me s orprendió hace poco con un concepto (aunque creo que es mucho más) desconocido para mí pero que confirmaba mi compromiso en continuar el trabajo reflexivo y práctico sobre als relaciones interpersonales en diversos ámbitos del conocimiento y la praxis.

Se trata de la RESPONSABILIIDAD AFECTIVA.

Más allá del origen ciertamente equívoco, reduccionista  o controvertido de la idea, su aplicación práctica es innegable y las consecuencias vitales que nos puede aportar son igualmente positivas.

Se trata, en definitiva de una forma de actuar con la que consideramos la importancia de la influencia en las demás personas de lo que hacemos y decimos y, de la misma forma cómo nos hacemos cargo de nuestras acciones en las relaciones con los demás .

Esta forma de actuar engloba gestos, presencia, comunicación de estados emocionales, expectativas, acciones, etc. Además, la responsabilidad afectiva no es algo innato o genético, sino que es una forma de comportarse, y como tal es educable.

Se puede aprender, no es un "rasgo" con el que se nazca, aunque haya experiencias tempranas que puedan favorecer que haya una tendencia a comportarse de esta manera o que se aprenda con mayor facilidad; es algo en lo que todos podemos crecer y mejorar.

La reflexión (y puesta en práctica) sobre esta "cualidad/rasgo de la responsabilidad nos lleva reflexionar cómo nos relacionamos con "el otro", con "los otros" y en general con la sociedad y su ámbitos (familia, trabajo, vecindad, ciudad, etc. ) y cómo impactan nuestras acciones en los demás: en sus pensamientos, preocupaciones, incertidumbres, emociones, etc.

La responsabilidad afectiva nos lleva a cuidar todo tipo de relaciones y pone de relieve, por si alguien se le había olvidado, que no vivimos en burbujas individuales aisladas, sino en comunidad. Además, aunque cada vez cala más el discurso de que "hay que depender solo de uno mismo", esto no es cierto: dependemos de los demás y eso no se puede evitar. Lo único que nos queda es cuidarnos los unos a los otros para que -al menos- esa dependencia se mueva dentro de unos márgenes que promueva nuestra salud emocional y psicológica.

Pienso, por ejemplo, en un saludo al vecino, en un papel que no se tira al suelo o en una ayuda espontánea a quien lo necesita, en la colaboración con las tareas domésticas o en el interés sincero por el amigo o la amiga; pero, de la misma forma, pienso en el discurso de un personaje público, en un equipo que elabora leyes, en una persona que lidera un grupo o en un mensaje en redes sociales .

Si "ahondamos" en el ejercicio de esa responsabilidad afectiva, nos daremos cuenta de que muchos de los naufragios cotidianos (muchos de ellos disfrazados de "glamour") se deben a la carencia de ella o a su desprecio; pero, de la misma manera,  podemos ver que las personas o colectivos más fuertes y "sanos" son aquellos que la cuidan y la ejercitan.

Si entendemos esto como una forma de actuar en cada momento y con cada persona y no como algo global, abstracto, o dado por hecho, hay que cuidarlo y educarlo.

Y, dicho esto, pensemos en la posibilidad que tenemos de aprendizaje y cambio, en el caso de que no lo hayamos hecho hasta ahora.

Estoy convencido de que hay que  conseguir que ese comportamiento se dé cada vez con más frecuencia, en más vínculos y en más situaciones.