domingo, 17 de octubre de 2021

LA BELLEZA, UNA SENDA DIRECTA HACIA LA FELICIDAD, por José Antonio Hernández Guerrero

 


Aunque no podemos afirmar que los estilos literarios coinciden necesariamente con el perfil psicológico de sus autores, en esta ocasión, a través de la lectura de Pequeño manual de la perfecta felicidad, escrito por Ilarie Voronca (1903–1946), podemos identificar las formas y los contenidos de sus pensamientos, de sus sensaciones, de sus sentimientos y, en resumen, de su vida. Ésta es, a mi juicio, la clave que podemos utilizar para identificar las cuestiones que el autor cuenta y vive, y los procedimientos que utiliza para despertar en nosotros una intensa sorpresa y un creciente interés vital.
Este poeta, junto con Tristan Tzara, Benjamin Fondane y Jacques Hérold, es uno de los precursores de la vanguardia rumana y europea del siglo XX. En esta obra nos proporciona un ejemplo del “integralismo”, una corriente que pretende borrar las oposiciones entre las creaciones cultas y populares, y, sobre todo, diluir las divisiones que los teóricos han establecido entre los ámbitos de las ciencias humanas. Advierto que, a pesar del título, no es un tratado de psicología ni un relato de ficción sino una creación en prosa poética en la que desborda los límites que separan las nociones teóricas de la verdad, la belleza y el bien, y borra las contradicciones entre la materia y el espíritu, el sueño y la realidad, la claridad y la oscuridad, como fórmulas válidas para alcanzar el bienestar: “Dejar que el sueño de las cosas te invada, ¿no es acaso descubrir el secreto de la felicidad? ¿Qué es la felicidad sino la facultad de adoptar de algún modo la individualidad, los recuerdos de la cosa que tienes ante tus ojos? (p. 63)


En esta obra Voronca defiende y realiza un arte independiente y dinámico capaz de llevar al ser humano a la liberación y a la reconciliación consigo mismo y con la humanidad, y nos propone una literatura esperanzada, sin dogmatismos y sin prejuicios estéticos o morales, y alimentada con la sustancia de la vida cotidiana. Nos muestra cómo, al enfatizar las cualidades sensibles de la existencia humana, las imágenes visuales adoptan unas formas dinámicas que nos producen sorpresa, ilusiones ópticas y un intenso dramatismo que manifiesta una notable libertad creativa mediante el choque de sentimientos y de pasiones.


Voronca prefiere el ingenio al juicio, el deleite a la utilidad, la imaginación a la realidad y la sensualidad a la razón. Los rasgos con los que caracteriza los objetos y las acciones son siempre sensoriales, simbólicos, ilusorios y, a veces, artificiosos. Usa las palabras para dotar a las ideas de cuerpos, para proporcionarles volúmenes, formas y colores, y para transformar las teorías en relatos, en historias reales o ficticias mediante el empleo del lenguaje plástico y la utilización de la narración. Materializa las nociones más inmateriales como, por ejemplo, el espacio y el tiempo. “El tiempo no es inmaterial sino en apariencia. Al contrario, el tiempo y asimismo el espacio están hechos de una materia sólida en la que todo paso se inscribe o deja huella”. Aunque esta transformación sólo es posible cuando los objetos y sus movimientos están orientados y alentados por el amor.

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