Una reflexión como Introducción:
¿Tiene algún sentido hablar hoy de intimidad cuando lo que se lleva es cultivar la imagen?; ¿no es la intimidad un residuo último de una época pasada en donde el hombre tenía muy reglamentada la vida con los demás?
Si, pero hoy día, lo que se valora es la espontaneidad, la naturalidad, la imagen, la moda, las entrevistas agresivas en televisión, los culebrones,… por ello, ¿de verdad sigue teniendo interés escribir sobre la intimidad del ser humano como riqueza interior, como valor?
A mi, sinceramente, sí me lo parece; y por eso aquí estoy, una vez más, para intentar dar sentido, humildemente, a algo que considero esencial en la época que vivimos de tanta insolidaridad, enfrentamiento, ideología, hipocresía, falsedad, engaño, egoísmo, pasotismo,… y que han provocado en mi una reacción contraria, una vuelta a los orígenes, a lo más profundo, a lo más íntimo, a lo más personal.
Tal vez sea, también, porque la elegancia sale de dentro a fuera; pero ¿y qué es ese dentro?. De ahí mi interés por la intimidad, observando cierta forma remansada de vivir, que parece inspirada en una filosofía interior que consiste en una especie de coincidencia consigo mismo. Y quizás otra razón esté, frente al ruido y los constantes desplazamientos, en un amor hacia ciertos espacios rodeados de soledad y silencio, provocados por la actual pandemia.
Lo que está claro es que el hombre no se resuelve en un coctel de imagen-moda-espontaneidad-cuerpo; detrás de eso, si uno lo intenta, puede entrever que en la vida del ser humano hay otros elementos constitutivos interesantes, que quien los descubre y se apropia de ellos de una forma reflexiva, consigue hacer de su vida una aventura verdaderamente humana.
Pero la tarea de búsqueda de la propia intimidad no es fácil, entre otras cosas, porque hace falta inteligencia para percatarse de ese mundo que no se puede tocar ni oler; y además de esa inteligencia se necesita educar y acrecentar la sensibilidad, porque sin sensibilidad el delicado paisaje de la intimidad es interpretado bajo la clave del aburrimiento.
Inteligencia, sensibilidad… ¿no estaré poniendo muy difícil el acceso a este mundo que no acabamos de ver en qué consiste?. Porque estas condiciones de las que la intimidad necesita, nos hacen ver de una vez que el ser humano es mucho más que su cuerpo: es inteligencia, es voluntad, es memoria, es imaginación, es espíritu, es cultura, es sensibilidad, es…
Si es todo eso habrá que salir a su encuentro, para conocerlo, para descubrir sus implicaciones, para saber exactamente qué función cumple cada uno de estos elementos y cómo se relacionan entre sí; y será también necesario preguntarse si hay una instancia superior que los integre para dirigirlos a una meta, que dé sentido, luz y orientación a ese mundo interior, que exteriorizándose a través de un cuerpo no se reduce a él.
¿Tendrá que ver el mundo interior con la felicidad? ¿o más bien la felicidad anida únicamente en el cuerpo del ser humano? ¿Todos los mundos interiores son iguales? Desconocer esta parte del ser humano que es su intimidad es renunciar a conocer lo que en el ser humano hay de interesante.
Por lo tanto, hablar de intimidad supone hablar de espacios interiores, de lugares recónditos, de cosas queridas, de vivencias personales: es decir, de toda una analítica existencial cuyo perímetro gira entorno al ámbito más nuclear del yo personal; pero supone también, y este es el peligro, perderse, quizá, por corredores oscuros de los que no se sabe muy bien cuál es el origen, a la vez que se ignora cuál es su destino, para volver otra vez al punto de partida sin haber clarificado la noticia inicial que se tenía en torno a ese yo antes de emprender la incursión; o tal vez hablar de intimidad suponga, en ocasiones, simplemente un conocimiento reservado de la propia vida.
Es decir, la palabra intimidad, significa la zona espiritual reservada de una persona, también de un grupo o de una familia; y hace referencia, siempre, a las personas, a los seres racionales, que son los únicos que tienen un yo y tienen conciencia de ser un sujeto irrepetible. La intimidad se sitúa, pues, en el núcleo oculto de cada persona, donde se fraguan las decisiones más propias e intransferibles, vinculándose especialmente con la amistad, por eso aplicamos con frecuencia el adjetivo íntimo al amigo muy querido y de confianza.
La intimidad como coincidencia con uno mismo:
La intimidad con uno mismo debe ir dirigida a que los momentos en que uno coincide consigo mismo sean más frecuentes y, a la vez, más duraderos; pero ¿en qué consiste esa coincidencia consigo mismo?. Al reflexionar sobre este enunciado, lo primero que hay que señalar es que el vivir la vida no supone automáticamente tener una conciencia personalizada de vivirla. Entre vida y conciencia de la propia vida se da de una forma usual un desacoplamiento, que hace que el ser humano viva su vida más desde el ámbito del espectador que del actor.
Ver la vida desde la barrera, sentirse espectador de la propia acción, vivir de una forma automatizada, son actitudes que se colocan fuera de lo que es tener intimidad consigo mismo. Por el contrario, tener una conciencia viva de la acción que se está realizando, subrayar el aspecto voluntario de las propias decisiones, es situarse en un marco de coincidencias entre el yo y la acción, en donde entonces el sujeto se reconoce a sí mismo a través de la acción.
En la medida en que en un sujeto la vida se traduce en vivencia, la trama biográfica de su propio yo adquiere una contextura mayor, y mejora la calidad de vida. No es suficiente vivir, porque si no se le añade su propia reflexión, se agota en sí mismo. En cambio, cuando la reflexión incide sobre lo vivido, atravesándolo, incorpora la vida a la propia biografía del individuo. Por lo tanto, es necesario que el ser humano recupere su propia vida, a la vez que la vive, a través de una aprehensión volitiva consciente y asumida. No se trata tanto de sentirse responsable de las propias acciones como de saberse protagonista de su vida.
Las modas, las costumbres, los usos establecidos, el mimetismo, son factores todos ellos que dificultan la espontaneidad original y originaria en el actual ser humano consigo mismo, es decir, su propia intimidad. Pero lo más corriente es que lo que se hace, se dice, se interponga como una pantalla entre el yo conciencia y el hombre acción, y se viva una vida, si no enajenada, sí al menos vacía de resonancias personales, de identificaciones. Y vamos siendo uno más que no se distingue, que pasa inadvertido y confundido en la masa anónima, mal mezclado con los otros.
Emotional, depression, pensive and mental health concept. Vector illustration
Aunque siempre en el fuero interno hay una voz que se levanta sofocada por tanta imposición para reclamar por sus territorios perdidos, acudiendo al tan usado “habría que matizar…”, “yo no me identifico del todo con…”. Son gritos que nacen estériles cuando todo el paisaje de nuestro mundo interior ha sido aplanado, igualado y roturado en función del ser humano despersonalizado, estereotipo del hombre moderno, del que en este momento de la historia se lleva
La intimidad como apertura a los otros:
Como este mundo interior pertenece al ser humano, y él es de naturaleza social, igualmente su mundo interior tendrá por necesidad que abrirse a los otros. Todo ensimismamiento es legítimo siempre que no cierre su puerta a los otros. De esta forma se erradica cualquier matiz de narcisismo en esa justificada llamada a cultivar el mundo interior. El ser humano no puede diseñar su vida de espaldas a los demás, ni puede desinteresarse de los otros, porque paradójicamente se desinteresa también de sí mismo, ya que en cierto sentido podríamos decir que si somos solos, no somos.
Todo ser humano siente un fuerte deseo de comunicación, y no sólo de intercambiar opiniones sobre cuestiones ajenas al propio yo, sino que también desea compartir sus vivencias más profundas para darse a conocer y hacer partícipe a los seres queridos de su realidad más íntima. De esta forma, de una manera espontánea se establece entre nuestra intimidad y la de los otros un puente a través de la palabra.
La palabra cuando es auténtica, sincera y veraz, nace desde lo más profundo de nuestro yo, aunque como es lógico no siempre desvele aspectos de nuestra intimidad. De la calidad de la palabra dependerá, en gran parte, que podamos hacer partícipes a los otros de nuestro mundo interior.
Pero ¿quienes son los otros?… aquellos que no son yo pero no me son del todo ajenos; es decir, entre yo y los otros se da alteridad y distinción, pero no extrañeza. Los otros comparten conmigo la misma vocación de ser humano. Hay entre todos los seres humanos, pues, una afinidad que nos lleva a sentirnos iguales y respetarnos. Los demás comportamientos son forzados, artificiales y, además, falsos.
Cuando entre los otros y nosotros hacemos una distinción que nos sitúa en dos realidades heterogéneas, estamos equivocando el planteamiento, y rompemos el equilibrio que debe estar presidiendo las relaciones interpersonales. A veces, con más frecuencia de la debida, se oye decir “es que la gente…”, como si se tratara de otros seres que nada tienen que ver con nosotros. Y aunque la reflexión parece obvia “la gente somos nosotros”. Y es desde ese presupuesto, y sin hacer distinciones donde no las hay, desde donde hemos de abrirnos a ese nudo de comunicaciones que constituyen las relaciones humanas entre las que discurre gran parte de nuestra vida.
Pensemos, pues; meditemos sobre nuestra vida íntima, sobre nuestra relación con los demás, para enriquecer nuestro interior y poder, así, transmitirlo a los otros.
Pedro Motas
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18 octubre 2020
Blog: generaldavila.com