Una de las ventajas de la ancianidad es gozar de la oportunidad para redescubrir la importancia de la aparente sencillez de los episodios cotidianos y de descubrir el secreto de los misterios que encierran las experiencias simples de cada día. La ancianidad nos hace sentir sensorial y sentimentalmente el acercamiento físico y emocional a las actividades vitales, nos hace reaccionar con sorpresa y nos enriquece revelándonos el sentido original de las cosas y el ansia de disfrutar del tiempo presente integrándonos en los espacios cercanos: en el ahora y en el aquí.
Quizás en el fondo de nuestros deseos de seguir viviendo esté latiendo la añoranza de ese “paraíso perdido” de la infancia que, a pesar de sus sombras y de sus noches, nos revela el recuerdo de aquel niño que seguimos siendo y mantiene la esperanza de seguir alentando el fuego del amor. Estoy convencido de que esos recuerdos de las experiencias pasadas constituyen los antídotos contra la cultura de lo efímero porque dulcifican nuestros oídos y porque poseen fuerza para alimentar nuestras vidas de ahora mismito.
En mi opinión, recordar las experiencias pequeñas de ese pasado que nunca se extingue del todo es redescubrir la importancia y el esplendor de lo sencillo y preservar lo mejor de nuestras vidas vividas.
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