Por mucha edad que vayamos cumpliendo, casi siempre podemos seguir mejorando en algo y siempre podemos seguir aprendiendo a condición de que mantengamos las ganas de cambiar y los deseos de mejorar. La mejor manera de crecer es reconocer y examinar los errores propios y fijarnos en los ajenos.
Pero la condición indispensable es que desechemos la tentación de aceptar resignadamente aquellas afirmaciones que, a nuestro juicio, son errores o maldades. Necesitamos cultivar la comprensión y la compasión, y, sobre todo, contemplar el curso, el discurso de la vida como una permanente oferta de oportunidades.
Es indispensable que recorramos el tiempo con las ventanas de nuestros sentidos y de nuestros deseos abiertas y es necesario que alimentemos la esperanza de seguir creciendo y dando frutos.
Esta es, a mi juicio, una de las características propias de los seres humanos que a cualquier edad desean seguir creciendo: ilusionarnos con la posibilidad de sacar partido a los errores, a los tropiezos, a las caídas y a las frustraciones. Y, por supuesto, dominar el miedo a equivocarnos.
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