lunes, 23 de noviembre de 2020

Un análisis pone de manifiesto el genuino carácter espiritual del amor humano. Por JA Hernández

 


El amor es una de las experiencias humanas más paradójicas y, a veces, menos comprensible. A pesar de que, por ser el impulsor central de la vida personal y la fuente nutricia de la supervivencia colectiva, ha sido uno de los objetos de estudio predilectos de todas las ciencias humanas y uno de los asuntos preferidos por todos los lenguajes artísticos, su naturaleza íntima y su complejo funcionamiento siguen siendo misteriosos. Es un concepto anfibio, fabricado en parte por imágenes creadas por los poetas y, en parte, por abstracciones sutiles elaboradas por los filósofos y por los teólogos.

Este libro -breve, riguroso y claro- nos resulta oportuno y útil a los lectores que, sin ser especialistas en filosofía, nos hacemos preguntas básicas como, por ejemplo, sobre su naturaleza espiritual o, en otras palabras, sobre las diferencias que separan los sentimientos de los animales y los de los seres humanos. Es cierto que tanto unos como otros experimentamos sensaciones gratas o molestas, pero no siempre solemos distinguir las diferencias entre dichas experiencias.

Se admite generalmente que las diferencias entre los seres humanos y los animales estriban en el pensamiento y en la conciencia pero no se tiene tan clara las distinciones entre las diversas maneras de vivir y de expresar la afectividad. ¿Es el amor humano una respuesta orgánica similar a las reacciones de los animales? ¿Es una manifestación parecida a otros tipos de sentimientos como, por ejemplo, la “irritación o ciertos estados de angustia?”

La respuesta del autor es categórica: “Un análisis libre de prejuicios de la esencia del verdadero amor, de un noble gozo, de un profundo arrepentimiento, muestra por el contrario, sin embargo, que estos actos poseen todos los indicios de lo específicamente espiritual”. Especialmente importante es, a mi juicio, la claridad con la que el autor –uno de los mayores filósofos católicos del siglo XX- explica cómo constituye un error no reconocer que los sentimientos superiores, las respuestas afectivas como el amor humano, son radicalmente distintos a los sentimientos inferiores no espirituales. Como ejemplo nos propone el análisis de sentimientos superiores como la alegría que experimentamos por la liberación de alguien que se hallaba prisionero injustamente en un campo de concentración.

Su detenido repaso de las diferentes emociones superiores y, en espacial, de la afectividad nos muestra su riqueza espiritual y el decisivo papel que ejerce en nuestros comportamientos más humanos. Frente a la representación del amor por una imaginería fracturada y heterogénea, construida a veces mediante una ingenua simplificación, este análisis pone de manifiesto el genuino carácter espiritual del amor humano que alcanza el nivel más alto de la afectividad.

José Antonio Hernández Guerrero

 


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