No solo tienden a moverse irresistiblemente al unísono al ritmo de la música (por más que el manual de buenas maneras del cantante de coro lo desaconseje), sino que sus corazones laten también a la vez. A los pocos minutos de empezar a cantar su pulso se acompasa y como consecuencia “el canto crea un patrón emocional compartido entre los miembros del coro”, según recoge el último número de“Frontiers in Psychology”.
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