¿Qué belleza puede encerrar un episodio tan cruento como la Pasión de Cristo? Y, sin embargo, los artistas cristianos de todos los tiempos han sabido interpretar en esos momentos de dolor el mensaje de la Redención y rodearlo de composiciones sublimes para los ojos o los oídos, para que por ese medio pudiésemos comprenderlo de verdad.
Esto es así en la historia de la pintura, pero también de la música, como recoge Elizabeth Lemme, ella misma pianista y además especializada en iconografía bizantina, en un artículo publicado en One Peter Five. Sus sugerencias nos invitan a acompañar en el Triduo Pascual los Via Crucis u Oficios de Semana Santa con las mejores composiciones religiosas musicales hijas del espíritu cristiano.
Las heridas de Cristo: voces de misericordia y dardos de belleza
A lo largo del desierto de la Cuaresma, las almas buscan la conversión a lo largo del Via Crucis absteniéndose de ciertos alimentos, imágenes y sonidos a fin de acercarse más a su Creador y escuchar su voz en el silencio.
Estas disciplinas involucran los cinco sentidos del ser humano. Guido d'Arezzo, un monje y músico del siglo XI, escribió en su Micrologus que los sonidos, las imágenes, los sabores y los olores influyen en el bienestar del corazón y del cuerpo porque "a través de las ventanas del cuerpo... las cosas entran maravillosamente en los recovecos del corazón".
¿Cómo puede, entonces, el sonido que entra en "los recovecos del corazón" fomentar el silencio interior? ¿Significa esto que debemos abstenernos de escuchar música durante la Cuaresma y sustituirla por la lectura espiritual y la oración silenciosa? Sin embargo, ni siquiera la Iglesia se abstiene de la música en su liturgia cuaresmal, sino solo de ciertos tipos de música, como el órgano.
El Viernes Santo, cuando se despojan los altares, se retiran las flores y se velan las estatuas, la música está presente de manera profundamente conmovedora. Porque "el silencio no es una ausencia", escribe el cardenal Sarah. "Al contrario, se trata de la manifestación de una presencia, la presencia más intensa que existe... Porque Dios habita el silencio. Se envuelve en el silencio".
"El Descendimiento", de Rogier Van der Weyden, en torno a 1443. Museo del Prado.
¿De qué manera, entonces, podemos acercarnos a Dios utilizando el don de la música en nuestras devociones personales de Cuaresma en el hogar?
Al igual que la Iglesia adapta la estética al tiempo litúrgico, nosotros podemos ajustar nuestros hábitos de escucha cuaresmal para que nuestro Via Crucis no tenga que desviarse de la Via Pulchritudinis. El cardenal Joseph Ratzinger escribió con elegancia sobre la paradójica convergencia de estos caminos. Señaló que el conocimiento obtenido a través de los libros es un conocimiento de segunda mano. "El verdadero conocimiento se produce al ser alcanzados por el dardo de la Belleza que hiere al hombre, al vernos tocados por la realidad", explicaba.
La belleza, que no tiene palabras, nos pone en contacto directo con la verdad, que es Cristo. Escuchar las grandes obras maestras de la música sacra clásica es un camino que "nos conduce por una vía interior, una vía de superación de uno mismo". El cardenal Ratzinger insiste: "Debemos aprender a verlo. Si no lo conocemos simplemente de palabra, sino que nos traspasa el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora". Escuchar las composiciones musicales cuidadosamente seleccionadas nos pone en contacto estrecho, incluso directo, con la belleza de Cristo mismo.
Si hay un "dardo de la belleza" musical que debemos experimentar durante la Cuaresma, es la composición desgarradoramente hermosa Membra Jesu Nostri Patientis Sanctissima [Los santísimos miembros de nuestro Jesús sufriente] de Dietrich Buxtehude, compositor alemán del siglo XVII.
En Membra Jesu Nostri, Buxtehude construyó un innovador ciclo de siete cantatas para ser interpretadas por un pequeño conjunto de cantantes (SSATB: soprano, soprano, contralto, tenor y bajo) acompañados por instrumentos de cuerda y bajo continuo. A partir del poema medieval devocional Salve Mundi Salutare, Buxtehude seleccionó las estrofas que abordan las heridas del cuerpo de Cristo, las organizó en siete secciones [pies, rodillas, manos, costado, pecho, corazón y cabeza] y las enmarcó ingeniosamente con textos de la Sagrada Escritura.
El oyente se sitúa así a los pies de la Cruz, contemplando cada una de las siete llagas en orden ascendente, empezando por sus pies y terminando por su rostro. Buxtehude imprime una gran fuerza emotiva a los diálogos musicales entre los instrumentos y las voces, adhiriéndose a la teoría barroca de los afectos [en alemán, Affektenlehre: asociación de determinadas tonalidades a determinados estados anímicos, que se basa en la idea que tenían en la Antigüedad clásica según la cual la música puede inspirar emociones y ciertas características musicales podían impulsar diferentes pasiones, NdT], al tiempo que utiliza la fascinante técnica compositiva de la pintura de palabras [o "madrigalismo": técnica mediante la que los pasajes asignados a una determinada palabra expresan musicalmente su significado; por ejemplo, la palabra "risa" en un pasaje de notas rápidas que imitan carcajadas, o "suspiro" en un pasaje donde la nota cae a un tono inferior, NdT].
Así, en la tercera cantata, que trata de las manos de Cristo, tenemos dos ideas musicales que se yuxtaponen con crudeza, pero contienen el mismo texto: "¿Qué son esas heridas en medio de tus manos?". La primera vez que se canta esta pregunta tan impactante, se encadena en suspensiones lentas y disonantes que llegan directamente al corazón. La segunda vez que se canta esta pregunta hay tres notas articuladas como tres golpes de martillo, aludiendo musicalmente a los martillazos que clavan las manos de Cristo.
En la sexta cantata, que se dirige al corazón de Cristo, el texto "has herido mi corazón, mi hermana, mi esposa", va acompañado de un patrón repetido en las cuerdas, que se infla en un movimiento dinámico como el de un corazón que palpita de pasión. Sin embargo, al final de la cantata el patrón repetido de "latidos del corazón" se rompe, se rompe con silencios y se coloca en los tiempos muertos. Al terminar de forma tan abrupta, Buxtehude ilustra de manera conmovedora que el corazón herido de Cristo ha dejado de latir.
Además del Membra Jesu Nostri de Buxtehude, la selección de música clásica para la Cuaresma es amplia, profunda y rica.
El compositor católico Joseph Haydn compuso las conmovedoras Siete últimas palabras de nuestro Salvador en la cruz.
Originalmente, Haydn escribió esta obra para un narrador y orquesta, pero también lo hizo para un narrador y cuarteto de cuerda, una versión que recomiendo encarecidamente. Los momentos memorables incluyen el timbre seco del pizzicato del violonchelo para la parte del "Tengo sed", un "terremoto" musical tras la crucifixión, melodías estériles y lúgubres que representan el dolor en la cruz y una sensación de esperanza que presagia la Resurrección.
Quienes están interesados en el Oficio monástico de Tenebrae [Tinieblas] pueden apreciar las numerosas configuraciones de los Responsorios.
El ajuste de Gesualdo de Tristis est Anima Mea ilustra musicalmente la angustia de Cristo en Getsemaní.
El compositor francés del siglo XX François Poulenc yuxtapone de manera conmovedora la dulzura y la amargura del responsorio Vinea Mea Electa en sus Cuatro motetes para un tiempo de penitencia.
La composición O Vos Omnes del inglés Ralph Vaughan Williams (siglo XX) revitaliza las técnicas de las composición medievales.
La teatral y, a la vez, íntima Tercera lección de las Tinieblas de François Couperin para dos sopranos sobre bajo continuo es venerada como una de las mejores del repertorio vocal barroco.
Entre las grandes obras maestras basadas en los relatos evangélicos de la Pasión destacan las de Johann Sebastian Bach y, en especial, su Pasión según San Mateo. Una de las perlas que esconde esta gigantesca obra maestra es la conmovedora aria Erbarme Dich [Apiádate de mí, Dios mío] (adaptada del Salmo 50), cuyo exquisito diálogo entre el violín y la voz de contralto destila la pena de San Pedro tras su triple negación de Cristo. Los motivos barrocos del "suspiro", las líneas de pizzicato pulsantes de las cuerdas inferiores, las largas líneas de duelo de la melodía, el contrapunto del violín y la voz, el cromatismo, todo ello penetra en el corazón.
Cientos de años después, el compositor vivo Arvo Pärt puso música a la narración de la Pasión de San Juan en su Passio.
Esta pieza, profundamente contemplativa, propicia un profundo silencio y se aprecia mejor si se escucha toda seguida con el texto en la mano, mientras se desarrolla el drama de la Pasión. La voz es asignada y se escenifica de forma muy parecida al Evangelio cantado en las liturgias del Domingo de Pasión y del Viernes Santo. Una pequeña orquesta acompaña el drama con una quietud mística, con texturas escasas y contramelodías sorprendentemente sencillas. Al escuchar esta obra, uno puede sentir la profundidad de la fe de Arvo Pärt y su propia cercanía al discípulo amado y a Nuestro Señor.
El Miserere, o Salmo 50, compuesto por Allegri encarna el gesto del alma que eleva sus suspiros a Dios en el épico ascenso de la soprano hasta un Do sobreagudo.
Por el contrario, la mística configuración del Miserere del compositor polaco Henryk Gorecki, que vivió a caballo entre los siglos XX y XXI, explora las profundidades del rango vocal humano, encarnando el gesto del alma que implora misericordia. El Miserere de Gorecki comienza en un tono bajo y, de manera imperceptiblemente suave, se va desarrollando a la vez que prolonga a lo largo del tiempo cinco palabras del Salmo 50.
El Miserere de Louise Nicolas Clerambault es una joya del barroco francés con sus armonías sostenidas, expresivamente ornamentadas, y su delicado continuo que acompaña las conmovedoras líneas vocales.
Otro género de la Pasión muy apreciado por los compositores es el Stabat Mater, al que se ha puesto música más de doscientas veces.
El Stabat Mater de Pergolesi es memorable por su línea de bajo descendente que se hunde lentamente en pequeños incrementos, símbolo de la muerte inminente según la teoría barroca de los afectos. Las armonías, dolorosamente rotatorias y cambiantes, sumergen al oyente en el dolor y la desolación del Via Crucis.
Haciendo un guiño a Pergolesi, el compositor del Romanticismo Antonin Dvorak abre su Stabat Mater con una línea de bajo descendente. Escrita para solistas, coro y orquesta, esta representación cinematográfica y a veces desenfrenadamente sentimental fue la respuesta de Dvorak a su propia tragedia personal tras la muerte de tres de sus amados hijos.
En el Stabat Mater de Arvo Pärt, las cuerdas en los registros altos se clavan como las espadas en el corazón de la Virgen de los Dolores. Una quietud impregna esta pieza, que recuerda la pureza del antiguo canto medieval de la Iglesia y conduce al alma al silencio presente a los pies de la Cruz.
¿Qué significa dejarse impresionar por la belleza durante la Cuaresma? ¿Qué se supone que es un desierto silencioso y estéril? Las heridas de Cristo estaban ensangrentadas y desprovistas de belleza, y los gritos de Jesús desde la cruz tampoco eran estéticamente agradables: "Sin belleza, lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores" (Is 53,2-3). Sin embargo, gracias a la resurrección de Cristo, el dolor y el sufrimiento ya no excluyen la belleza, sino que se orientan hacia una finalidad victoriosa: "¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?" (1 Cor 15,55).
En el contexto de la historia de la salvación y de la liturgia de la Iglesia, la pasión y la muerte de Cristo son inseparables de la esperanza, la misericordia y la salvación. En palabras del padre Ignacio del Costado de Jesús, pasionista, las heridas de Cristo, aunque feas en su apariencia física, son "como muchas lenguas, que hablan siempre a nuestro favor", eficaces para nuestra salvación y fuertes en misericordia. "Las Heridas de Jesús", escribe, "claman más alto pidiendo piedad y misericordia; la voz de Sus Heridas ahogan la voz de nuestros pecados".
La voz de las heridas de Cristo resuenen a lo largo de los siglos en las composiciones sacras, demasiadas para enumerarlas todas, y nos sitúan en una experiencia mística directa dentro del Getsemaní, a lo largo de la Via Crucis y a los pies de la cruz. Porque los "ritmos y armonías" de la música, "insinuándose desde muy temprano en el alma" [Platón, La República], nos encaminan a la búsqueda de la voz de Cristo en la música esencial de la Cuaresma para, así, ser atravesados por el dardo de la Belleza.
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