Para describir la importancia de la música en el ser humano y su fuerza de transformación social, para entenderla en toda su su esencia, nos tenemos que plantear una pregunta fundamental: ¿Qué es la música?
A lo largo de la historia del mundo, encontramos diversas respuestas. La palabra “música” proviene de un término griego que significa “el arte de las musas”. Pitágoras generó una concepción musical que le llevó a explicar la escala musical como un elemento estructural del Cosmos, dotando así a este arte de una categoría científica y metafísica a la vez. También podemos decir que es el arte de organizar de manera sensible, lógica y coherente los sonidos y los silencios.
Por su parte, Platón decía que la música era el arte educativo por excelencia, que se inserta en el alma y la modela en la virtud. Kant la entendió como la forma y la expresión sublime de la razón. Beethoven, en uno de sus escritos, afirmó que era la mediadora entre la vida espiritual y la de los sentidos. Como vemos, el concepto ha variado desde su origen; no existe una única visión y siempre ha suscitado una reflexión filosófica. Sin embargo, siempre se ha llegado a la conclusión de que no podemos lograr una verdadera y esencial definición de la música. Si nos preguntamos qué es el amor, asociamos, generalmente, una primera respuesta a una acción; la música, de modo similar, es indefinible: para que pueda ser comprendida es necesario que sea vivida. Esta vivencia no se produce solo tocando un instrumento o cantando sino que también puede experimentarse a través de la escucha. Y así se recrea y se experimenta la magia y el fenómeno del sonido y del silencio, partes estructurales y relacionales de la música.
El arte de lo que es simple
Para abordar esta compleja cuestión, intentaré articular la fenomenología del filósofo alemán Edmund Husserl y la aplicación que hizo de su teoría el gran director de orquesta Celibidache con la fenomenología de la música. Ésta es “el arte de lo que es simple” y fue utilizada por el citado director estableciendo una relación directa con la fenomenología filosófica que, desde el principio del siglo XX, había comenzado a desarrollarse como una filosofía correspondiente a las ciencias. En pocas palabras, implica descubrir cómo funcionan las cosas, la ciencia de la simplicidad y de la complejidad del ser humano, de lo natural y lo antinatural, y de cómo esto se manifiesta en la Unidad del Ser. Es, en definitiva, el estudio de la objetivación de la sonoridad y cómo influye el sonido en la consciencia. Es imposible diferenciar lo que es esencial en la música de lo que es esencial en la vida misma. La música, en este sentido, es una clara manifestación de las estructuras vitales, en forma de relaciones de sonidos. Podemos estudiar el sonido como un fenómeno físico, pero lo más importante es su repercusión en la consciencia humana, entendida como un proceso activo que se puede asimilar a la experiencia subjetiva del conocimiento mismo de la realidad.
Algunas corrientes de la filosofía consideran que la consciencia es la facultad humana para decidir acciones y ser responsable de sus consecuencias, de acuerdo con el concepto del mal y del bien y del mal. Oyendo los sonidos la consciencia establece relaciones entre los sonidos más importantes. Lo más importante, y esto es hacia donde apunta una obra musical, es el resultado relacional entre los sonidos que forman el uno.
Silencio y sonido
La relación primaria se encuentra entre el silencio y el sonido. Este episodio se puede ejemplificar de una manera simple: el primer latido de un bebé. El silencio y, después, la vida. Llegamos a la conclusión de que no hay sonido si no hay silencio.
Y a su vez, si no hay silencio, no hay un primer sonido de vivencia; por tanto después del silencio llega el sonido, y llega otro sonido, y después otro. Escuchando se crea un vínculo relacional entre los sonidos y no solamente con el silencio, y así evidenciamos una evolución. El sonido evoluciona, se siente, está vivo en un modo diferente. Es fascinante el hecho de que, aunque el primer sonido sea “igual” al segundo, en cualquier modo, se viven diferentes. Los sonidos son iguales pero la vivencia es distinta. Por eso, otro principio que es importante poner de relieve es que la repetición no es nunca “el mismo sonido”.Se tiene la vivencia y se llega a descubrir que no hay dos momentos iguales en la música. Todo se encuentra en un estado de evolución radical. El ser es un ser en continua evolución. Todo cambia y todo es singular. Cada persona tiene un pasado y un único futuro, con una evolución única e irrepetible.
La naturaleza de la música no es de tipo mental, no es de pensamiento lógico, sino que es pura vivencia. No es posible explicarla, aunque podemos aproximarnos en algo. En música, aprendemos que no hay dos conciertos iguales, pero que siempre buscamos lo mismo. El mundo de hoy está inundado de cambios. La esencia también es relativa. Lo que es físicamente igual, no lo es en la vivencia. Hay un proceso de sucesiones que es imparable y que, aunque se empleen los mismos motivos, las mismas notas, es siempre diferente.
Unidad y música
En la música, la obra busca la unidad, dado que es lo que da sentido a todo. Nuestras consciencias están hechas de tal manera que tendemos a la unidad, no a la multiplicidad. Buscamos lo que somos porque queremos ser conscientes de lo que somos, por eso siempre encontramos la unidad.
Creo que mi profesión ejemplifica de la mejor manera esta vivencia. El director de orquesta es un conductor, ya que conduce para sacar el mejor potencial del otro, pero depende totalmente de la alteridad. Es un sistema de comunicación plenamente recíproco. Hablo de conductor porque la palabra director, en la lengua castellana se aproxima etimológicamente a “reinar” por su derivación del latín. En cambio, el término que mejor indica la función es el citado antes y que encontramos en la lengua inglesa: “conductor”, este es un unificador de consciencias, pero no busca la uniformidad ya que unidad y uniformidad son dos cosas muy diferentes. La última implica convertir el pensamiento, sentir lo mismo, mientras que la unidad implica respetar la individualidad y “hacerse uno” con las diferentes individualidades que se ponen al servicio de un resultado común.
Esta dinámica de colectividad se ejemplifica magníficamente en la orquesta o en el coro como un conjunto. Y esto, aplicado en el ámbito de la educación, es, en diversos países, una forma de inclusión, en síntesis, una célula de transformación social. La música, a través de su enseñanza, mediante su disciplina, su vivencia, produce paz. Como trato de demostrar, la música es inexplicable, inefable.
Este arte cambia vidas, toca el alma, no se puede explicar con palabras. Como dijo el Maestro Abreu, fundador de El sistema venezolano, “un niño materialmente pobre se convierte en rico espiritualmente a través de la música; su mente, su alma, su espíritu están preparados para salir adelante.” El milagro que produce la música mediante los acoplamientos, sean los que sean, es una esperanza viva de que un mundo en el cual se priorice la escucha, la fraternidad y el objetivo de “hacer música juntos” puede llegar a ser una realidad.
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