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Numerosos coreógrafos han acudido a Shakespeare en busca de material dramático para sus ballets, empezando por Jean-Georges Noverre, un ardiente defensor del “ballet de acción”, y Marius Petipa, que fue el primero en utilizar la música escénica de Mendelssohn. George Balanchine, que también adoraba la partitura, no fue una excepción.
Numerosos coreógrafos han acudido a Shakespeare en busca de material dramático para sus ballets, empezando por Jean-Georges Noverre, un ardiente defensor del “ballet de acción”, y Marius Petipa, que fue el primero en utilizar la música escénica de Mendelssohn. George Balanchine, que también adoraba la partitura, no fue una excepción.
En 1962 creó su versión de la comedia de Shakespeare para el New York City Ballet. Fiel al vocabulario del bardo y añadiendo al mismo tiempo un toque sutil de pantomima, retrata una compleja historia de amor en dos actos y seis escenas. Teseo, duque de Atenas, e Hipólita, reina de las amazonas, se ven atrapados en una pelea entre el rey de los elfos y la reina de las hadas que da lugar a la intervención del travieso Puck y su poción mágica junto con una compañía de actores aficionados.
El desenlace se celebra en forma de un grandioso espectáculo virtuosista. El sueño de una noche de verano, uno de los escasos ballets narrativos de George Balanchine, entra en el repertorio del Ballet de la Ópera de París. Los decorados y el vestuario para esta producción han sido diseñados por otro mago de la escena, Christian Lacroix.
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