miércoles, 20 de abril de 2016

ÓPERA EN EL TEATRO VILLAMARTA DE JEREZ EL 2 Y 4 DE JUNIO

Ópera PAGLIACCI. Leoncavallo (VÍDEO DEL PROGRMA THIS IS OPERA PUEDEN VERLO AQUÍ).
CAVALLERIA RUSTICANA P. Mascagni MÓNICA CAMPAÑA - ALEJANDRO ROY - CRISTINA FAUS - RODRIGO ESTEVES - EMILIO SÁNCHEZ - CARLOS DAZA - MARINA PARDO - FRANCESCA ROIG CORO DEL TEATRO VILLAMARTA ESCOLANÍA LOS TROVADORES ORQUESTA DE EXTREMADURA ÁLVARO ALBIACH, dirección musical FRANCISCO LÓPEZ, dirección de escena.
 
 
VIOLENCIA DE GÉNERO (Y DE NÚMERO).
Francisco López DIRECTOR DE ESCENA.
Concebir la dramaturgia de un nuevo proyecto operístico es, antes que nada, una indagación personal, un viaje de ida y vuelta cuyo punto de partida y llegada no es (no debería ser otro) que la partitura original: su sentido profundo. Al adentrarme en la exploración de esa singular pareja de óperas siamesas post partum que son Pagliacci y Cavalleria rusticana, en busca de sus componentes esenciales, me he encontrado con la íntima, oculta belleza de su inspiración musical; con la sinécdoque de una sociedad represora (y reprimida) representada en los avatares de un grupo de cómicos y de campesinos que intentan ser felices; con el artilugio teatral que dota de singular riqueza el eterno conflicto entre el yo y la máscara, entre el deseo y la realidad.
La etiqueta verista con la que se suele encasillar estas obras dentro del repertorio lírico decimonónico responde más –creo— a ciertos aspectos teatrales de sus argumentos y localizaciones que a criterios de índole musical o vocal: a una cuestión de perspectiva, en suma. Quiero decir que –tras mi ‘convivencia’ de meses con sendas partituras--, no he encontrado en su escritura elementos compositivos que signifiquen una ruptura o aporten sustanciales innovaciones con respecto a esa estética de lo verosímil preconizada por Verdi y tan magníficamente servida a partir de su Rigoletto. Más bien, al contrario: más allá del recurso al arioso como lenguaje discursivo o la singular atención prestada al folclore y a la tradición musical renacentista y barroca para crear ambientes y situaciones; lo que subyuga al escucharlas (al ‘sentirlas’, habríamos dicho en mi pueblo) es su abigarrado cromatismo, su directa intensidad, la amalgama casi imposible entre el vuelo lírico y la palabra desnuda. Seduce e inquieta: porque fundir en una dramaturgia coherente esta paleta tan heterogénea es (ha sido) todo un reto.
 
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En el germen argumental de las dos obras, encontramos unos hechos trágicos, del todo identificables por el espectador actual como una de las más execrables lacras sociales que subsisten: la violencia machista. El motivo se explicita de forma contundente en Pagliacci –donde Canio, el atribulado marido de Nedda, acaba con su vida y con la de su amante, Silvio— y se disfraza de honra y honor ultrajados en Cavalleria rusticana. Ahora bien: más allá de la crónica de unos hechos de naturaleza criminal, lo que ambas óperas nos aportan es el retrato vívido de una cultura donde el sojuzgamiento a unas estrictas e inmutables pautas de conducta acordes con la moral imperante –la pertenencia al grupo: a la tribu, en suma-- es la única norma que le es permitida al individuo; ya que, fuera de aquéllas, sólo existen el caos y su autodestrucción. Y es aquí donde, por más que el marco espacio-temporal de la acción sea la Sicilia del último tercio del siglo XIX, encontramos rotundas concomitancias con nuestro tiempo: con nuestros yerros, con nuestras renuncias.
El artilugio formal del ‘teatro dentro del teatro’ es un recurso dramático de uso recurrente y que puede resultar manido hoy si no adquiere un cierto sentido pirandelliano; es decir, si no funciona como una técnica que posibilite exteriorizar el conflicto íntimo del yo: la interminable lucha entre la realidad impuesta y nuestros deseos; la cual –a semejanza de la labor de la incansable termita— acaba por devorarnos el alma, dejando nuestro cuerpo deshabitado. El mecanismo teatral está en la médula misma de Pagliacci: lo está desde su Prólogo; donde, remedando la antigua usanza, avanza las intenciones admonitorias del autor contra todo aquel que confunda, a su pesar, la ficción y la vida. Pero también lo está, en una dimensión parateatral, en Cavalleria rusticana: no sólo porque la celebración de la Pascua católica sea el episodio central de la obra; sino porque la disputa íntima entre el tener y el ser que viven sus protagonistas adquiere la dimensión de auténtica representación pública: hasta el momento en que, cada uno, decide o se ve obligado a quitarse la máscara. Y, entonces, la tragedia sobreviene inevitable.
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