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Blog que complementa el módulo MÚSICA Y TIC en el siglo XXI" del AUM de la UCA
UNA CONFERENCIA ANTERIOR DE HIGINIO MARÍN
OTRAS CHARLAS DEL PONENTE DE HOY
Al preguntarle al ChatGPT por el título de la conferencia de hoy, me ha contestado:
La modernidad ha sido, entre muchas otras cosas, el escenario de un progresivo proceso de secularización. Este fenómeno ha sido objeto de múltiples interpretaciones: para algunos, se trata de la inevitable emancipación del ser humano respecto a los límites de lo religioso; para otros, es un síntoma de crisis espiritual y de vacío existencial. En medio de estos debates, surge una pregunta de gran actualidad teológica y filosófica: ¿existe una secularización debida? ¿Puede haber una secularización que no niegue a Dios, sino que más bien le permita habitar, de modo nuevo, en la ciudad del hombre?
Este post propone una reflexión desde una perspectiva académica y espiritual sobre el sentido profundo de la secularización, su legitimidad, y las condiciones que permiten la presencia de Dios en una sociedad pluralista y moderna. Lejos de enfrentar secularización y fe como opuestos irreconciliables, se plantea la posibilidad de una fecunda interacción, donde lo secular y lo sagrado coexistan en diálogo respetuoso y enriquecedor.
La secularización, en su sentido más básico, se refiere a la progresiva diferenciación entre las esferas sociales —especialmente la política, la económica y la cultural— y las estructuras religiosas. En términos históricos, esta separación ha permitido el desarrollo de Estados laicos, la libertad religiosa y el pluralismo ideológico. Como señala José Casanova, uno de los principales sociólogos de la religión, la secularización no debe entenderse simplemente como desaparición de la religión, sino como su reconfiguración en el espacio moderno.
Esta perspectiva se alinea con el pensamiento del Concilio Vaticano II, que reconoció “la justa autonomía de las realidades terrenas” (Gaudium et Spes, 36), es decir, una forma de secularización compatible con la fe cristiana. Esta "secularización debida" no implica una exclusión de Dios, sino un rechazo a toda forma de sacralización del poder o de instrumentalización de lo religioso. En otras palabras, no se trata de negar a Dios, sino de devolverle su lugar como trascendencia libre y gratuita, no sujeta a las lógicas del dominio mundano.
La “ciudad del hombre” representa, en términos agustinianos, la sociedad construida sobre el amor al yo hasta el desprecio de Dios, en contraposición a la “ciudad de Dios”, edificada sobre el amor a Dios hasta el olvido de sí. Sin embargo, en el contexto contemporáneo, esta dicotomía se vuelve más compleja. La ciudad del hombre no es necesariamente atea, pero sí plural, fragmentada, muchas veces indiferente a la trascendencia. La pregunta que se impone es: ¿puede Dios aún habitar este espacio?
Desde una perspectiva espiritual, Dios no deja de estar presente en la historia, incluso cuando no es reconocido explícitamente. Como enseña Karl Rahner, el ser humano es un “oyente de la Palabra” por naturaleza, abierto a una trascendencia que lo llama desde lo profundo de su existencia. La ciudad secular, con toda su complejidad y contradicciones, sigue siendo lugar teológico: escenario de la gracia, del misterio y de la salvación.
En este sentido, el cristiano está llamado a habitar la ciudad del hombre sin nostalgia ni miedo, sino con esperanza activa. No se trata de imponer la fe, sino de testimoniarla, haciendo visible la presencia de Dios en lo cotidiano: en la compasión, la justicia, la verdad, el cuidado de los más vulnerables. Dios está en la ciudad, pero como un huésped discreto, que llama sin forzar, que se deja encontrar en los rostros concretos del prójimo.
La secularización, en su forma legítima, representa una oportunidad para una fe más libre y adulta. El creyente ya no se apoya en un entorno cultural homogéneo que lo sostiene, sino que debe asumir su fe como elección personal, como opción consciente. Esto comporta un desafío espiritual: vivir en medio del pluralismo sin diluir la identidad, pero también sin caer en el fundamentalismo.
La espiritualidad cristiana del siglo XXI está llamada a cultivar una presencia significativa en el mundo secular: no como poder, sino como levadura; no como sistema cerrado, sino como invitación abierta. Tal como propone Charles Taylor en La era secular, el cristiano contemporáneo debe aprender a vivir su fe “bajo el signo de la fragilidad”, reconociendo que la creencia ya no es evidente, sino que coexiste con múltiples alternativas. Pero esto no es una pérdida, sino una nueva forma de autenticidad espiritual.
La secularización debida no es enemiga de la fe, sino condición de posibilidad para una presencia renovada de Dios en la ciudad del hombre. Lejos de desaparecer, lo sagrado se transforma, se descentra, se hace humilde. Dios sigue presente en la historia, pero de un modo que respeta la libertad humana, que invita sin imponer. La ciudad del hombre, con toda su complejidad, puede seguir siendo espacio sagrado, si aprendemos a descubrir en ella los signos discretos del Reino.
La gran tarea espiritual de nuestro tiempo no es restaurar el pasado, sino habitar el presente con profundidad, discernimiento y esperanza. En la ciudad secular, Dios sigue siendo el Dios-con-nosotros, aunque tal vez lo haga —como en Belén— desde una periferia silenciosa. La secularización debida, bien entendida, no es el ocaso de Dios, sino la aurora de una fe más humilde, más libre y, quizás, más fiel.
He realizado al ChatGPT esa cuestión y me responde así:
La pregunta «¿Son compatibles la fe y la ciencia?» es profunda y ha sido debatida durante siglos. La respuesta no es única, ya que depende del enfoque desde el que se mire. Aquí te dejo un análisis equilibrado de ambas posturas, seguido de una visión conciliadora:
Algunos argumentan que fe y ciencia son incompatibles porque parten de supuestos diferentes:
La ciencia se basa en la observación, el método empírico, la duda sistemática y la comprobación. Sus afirmaciones están abiertas a revisión.
La fe religiosa, en cambio, suele implicar creencias que no requieren pruebas empíricas, y a menudo se consideran verdades absolutas.
Otros sostienen que la fe y la ciencia son compatibles, pero actúan en planos distintos:
La ciencia explica el cómo funciona el universo.
La fe se enfoca en el por qué y el sentido de la existencia.
Esta es la visión de muchos científicos creyentes (como Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano), quienes ven a Dios como el creador de un universo ordenado que puede ser comprendido racionalmente.
Una postura moderna es que fe y ciencia pueden dialogar si se respetan sus límites:
La fe no debe pretender explicar fenómenos naturales que la ciencia investiga.
La ciencia no debe negar el valor personal, ético o espiritual de las creencias.
En este sentido, muchas personas viven plenamente en ambos mundos: aceptan teorías científicas y, a la vez, mantienen una vida espiritual significativa.
Os invito a la charla de esta tarde en la Casa Pemán de la Fundación Cajasol en Plaza de San Antonio.
Concierto en el teatro del Títere, 5 de Abril, con el siguiente programa: Músicos:
Lopez Escalona (violonchelo) E. Coria (piano)
Obras:
M. de Falla: Romanza.
G. Alvarez-Beigbeder: Romanza para violonchelo y piano.
J. Turina: Romanza del quiero y no puedo. Jueves santo medianoche en Sevilla
G. Jimenez: Cavatina. Romanza.